sábado, 20 de abril de 2013

Publicado por Yerko | Categoria :

El Secreto
Aunque conozcamos todos los estados del ser humano, dijo alguien, de tal suerte que no se nos escapen ni el calor ni el frío, ni el menor detalle de su temperamento y de su naturaleza, no comprenderemos qué parte de él vivirá eternamente.

Si este conocimiento se pudiera obtener simplemente aprendiendo lo que han dicho otras personas, respondió el Maestro, no se necesitarían tantos trabajos y esfuerzos, y nadie se esforzaría tanto ni se sacrificaría en esta búsqueda. Por ejemplo, alguien va a la playa y no ve sino agua turbulenta, cocodrilos y peces, dice: "¿En dónde están las perlas? Acaso las perlas no existen." ¿Cómo podría llegarse a la perla simplemente mirando el mar? Aunque esa persona pudiese vaciar el mar con una copa cien mil veces, nunca encontraría la perla. uno necesita ser buzo para descubrir las perlas; y un buzo cualquiera no las encontrará, es preciso que sea ágil y afortunado a la vez.

Si buscas perlas, sé buzo;
el buzo debe tener muchas virtudes:
debe poner su cuerda y su vida en manos del Amigo,
contener la respiración y lanzarse de cabeza.


Las ciencias y las artes se parecen al intento de vaciar el agua del mar con una copa. Para encontrar la perla hay que actuar de otro modo. muchas personas tienen talento, son ricas y bellas; sin embargo, les falta el sentido intrínseco en su interior. Muchas otras personas son miserables, no tienen belleza ni elocuencia, ni elegancia de lenguaje y, no obstante, en su interior poseen el sentido intrínseco que perdura eternamente. Este sentido es el que ennoblece y distingue a la humanidad; y gracias a él es superior a las demás criaturas. Los leopardos, los cocodrilos, los leones y los demás animales poseen habilidades y talentos que les son propios, pero no disponen del sentido eterno.

Eso es lo que debes pedir a las bellezas,
si eres experto en belleza, ¡oh corazón mío!
Esa es la opinión del que era vidente
en la ciencia de la visión.


Si el hombre descubre su camino a ese sentido intrínseco, alcanzará el secreto de su propia excelencia; en otro caso no participa de esta excelencia. Todas las artes y los talentos son como las incrustaciones de pedrerías en el reverso de un espejo. el anverso del espejo está desprovisto de ellas, debe tener la pureza del cristal. El que tiene un rostro feo prefiere el reverso del espejo, pues el rostro todo lo revela.

El de rostro hermoso prefiere el anverso del espejo con todas sus fuerzas, pues este manifiesta su belleza.

Un amigo de José de Egipto llegó de un viaje. "¿Qué regalo me traes?" le preguntó.

"¿Qué cosa hay," replicó el amigo, "que no tengas y que puedas necesitar? Como no hay nada más hermoso que tu rostro, te he traído un espejo para que puedas mirarte continuamente en él."

Te he traído un espejo, ¡oh Luz!
Para que veas tu propio rostro y me recuerdes.

¿Qué hay que no posea el Altísimo? ¿Qué Necesita? Ante Dios hay que aportar un corazón luminoso para que se mire en él. "Dios no mira sus formas ni sus obras, pero Él mira sus corazones y sus intenciones." (Jadith)"En las ciudades de tus sueños has hallado cuanto querías; en ellas sólo faltan gentes nobles." (Al-Mutanabbi, Diván) En una ciudad en la que encuentras todo lo que buscas, bellezas, delicias, placeres y ornamentaciones de todas clases, pero no encontrarás una persona sabia. ¡Ojalá fuese a la inversa! esa ciudad es el ser humano. Si se encuentran en él cien mil talentos y no el sentido intrínseco, más valdría que a esa ciudad se la redujese a ruinas. Necesita existir ahí el secreto para que florezca. En cualquier estado que se encuentre el ser humano perfecto, su secreto (sirr) está ocupado con Dios, y la ocupación exterior no estorba la concentración interior. Como en el caso de la mujer encinta: en cualquier situación que se encuentre, de paz o de guerra, si come o si duerme, la criatura se desarrolla en su seno y crecen sus fuerzas y sus sentidos aunque la madre no sea consciente de ello.

De igual manera, la humanidad está "encinta" con ese misterio. En verdad, ofrecimos el compromiso de la razón y la volición a los cielos, a la tierra y a las montañas: pero rehusaron cargar con él por temor. No obstante, el ser humano lo aceptó –pues, en verdad, ha sido siempre propenso a ser sumamente malvado, sumamente necio (33: 72), Pero Dios no lo deja en su injusticia ni en su necedad. Del fardo aparente del ser humano pueden provenir compañía, simpatía y mil amistades. Imagina entonces, las amistades maravillosas y el compañerismo que surgirá del secreto al que el ser humano da a luz después de su muerte. El secreto es necesario para que el ser humano florezca. Es como la raíz de un árbol: aunque oculta, su efecto se manifiesta hasta en el extremo de las ramas. si rompen una o dos ramas, pero la raíz es robusta, éstas brotan de nuevo. Pero si la raíz está dañada, no sobrevivirán ni la rama ni las hojas.

Plática No. 50
El Olvido
- He olvidado algo aquí, dijo uno de los oyentes.

— En el mundo, dijo el Maestro, sólo hay una cosa que no se puede olvidar. Poco importa la negligencia del mundo si tú no la olvidas. Pero si te acuerdas de todo, si realizas todo sin omitir nada salvo esta cosa, nada has realizado. Por ejemplo: si un rey te envía a un pueblo para ejecutar una orden determinada, y tú te entretienes efectuando otros cien trabajos sin realizar la misión que él te ha encargado, nada has cumplido. Así, el hombre ha venido a este mundo para realizar una misión y esta misión es su verdadero fin. Si no la realiza, nada ha hecho realmente. «Propusimos eI depósito a Ios cieIos, a Ia tierra y a las montañas pero se negaron a hacerse cargo de él, tuvieron miedo; el hombre, en cambio, se hizo cargo. Es, en verdad, muy impío e ignorante» (Corán, XXXIII, 72). Propusimos ese depósito a los cielos, pero no pudieron aceptarlo.

Considera cuántas obras provienen del cielo, tantas que la razón se asombra ante ellas: el cielo transforma las piedras en rubíes y ágatas y las montañas en minas de oro y plata, hace germinar las plantas de la tierra, les da vida —y hace de ellas el paraíso del Edén. La tierra recibe también semillas y produce frutos, cubre los defectos y realiza miles de maravillas inexplicables. Y las montanas producen de igual modo minas diversas. Llevan a cabo todos estos misterios, pero son incapaces de realizar una única cosa que sólo el hombre es capaz de realizar. Al-lâh ha dicho: «Hemos honrado a Ios hijos de Adán» (Corán, XVII, 20). No dijo: «Hemos honrado el cielo y la tierra». El hombre realiza, pues, cosas que los cielos, la tierra y las montañas no pueden realizar. Cuando él las realiza, se le protege de la ignorancia y de la perversidad.

Si tú dices: «No realizo esa tarea, pero ejecuto muchas otras», es como si transformases un sable indio de precioso acero, sacado del tesoro del rey, en un cuchillo de carnicero para carne putrefacta, diciendo:

— No abandono este sable como inútil; lo uso para fines útiles.

O que trajeses una olla de oro de tan alto valor que con una de sus partículas podrían adquirirse cien ollas ordinarias y la usaras para cocer nabos. O que hundieses un cuchillo del mejor acero en la pared como un clavo y colgases de él una calabaza rajada, diciendo:

— Lo uso adecuadamente: cuelgo de él la calabaza. En otro caso, este cuchillo no me habría servido de nada.

¿No es cosa de burla y de risa? Pues la calabaza conviene al clavo de hierro o de madera, que apenas cuesta un céntimo. ¿No es ridículo utilizar un cuchillo de cien dinares para un uso semejante? El Altísimo te asignó un gran precio. Dijo: «Al-lâh ha comprado a los creyentes sus personas y sus bienes para darles a cambio eI Paraíso» (Corán, IX, 3)

Tú eres más precioso que eI cielo. ¿Qué puedo hacer yo si ignoras tu propio valor? No tomes en cuenta a cualquier mendigo; sólo a nosotros perteneces. No te vendas barato, ya que posees tan gran valor.

— Os he comprado, dijo el Altísimo, a vosotros, vuestras personas, vuestros bienes y vuestro tiempo. Si me los consagráis y me los dais, el premio será el Paraíso eterno. Tal es vuestro precio a Mis ojos. Inversamente, si te vendes al infierno, es tu propia persona la dañada, semejante a ese hombre que había clavado en la pared un cuchillo de un valor de cien dinares y había colgado de él una calabaza o una cántara.

Supongamos que pretendes dedicarte a ciencias sublimes y que aprendes por ejemplo jurisprudencia, filosofía, lógica, astronomía, medicina, etc. Todo este saber, a fin de cuentas, es para ti mismo. Aprendes jurisprudencia para que nadie te arrebate el trozo de pan que tienes en la mano ni te despoje de tus vestiduras ni te mate: para seguir, en fin, estando sano y salvo. Si se trata de la astronomía, de las diferentes fases del cielo y su influencia en la tierra, o sobre que determinada mercancía será barata o muy cara, o que habrá pánico o seguridad en la tierra, todas estas previsiones sólo importan en relación con tu propia situación. Si se trata de una estrella, favorable o nefasta, solo la tomas en cuenta porque afecta a tu propia posición astral. Si profundizas en determinado tema es porque la raíz reside en ti; todas esas ciencias no son sino ramificaciones tuyas, pues Él te ha creado para Sí mismo y ha creado todas las cosas para ti. «He creado las cosas para tí y te he creado para Mí».

Y puesto que hay tantos detalles, maravillas, estados y mundos extraordinarios e infinitos en tu ramificación, ¡considera cuántos estados habrá en ti, que eres la raíz¡ Puesto que en tus ramificaciones hay venturas y desdichas, ascensiones y recaídas, considera cuántas ascensiones y recaídas, cuántas venturas y desdichas, cuántas pérdidas y beneficios habrá en ti, que eres la raíz, en el mundo de los espíritus.

Aparte de este alimento y este sueño, existe para ti otro alimento. «He pasado la noche en la casa de mi Señor, ÉI me ha alimentado y me ha dado de beber.» (Tradición recogida por Muslim y Bujari). En este bajo mundo, has descuidado este alimento a cambio de otra subsistencia; día y noche te ocupas de las necesidades de tu cuerpo. Pues bien, ese cuerpo es tu montura y este mundo es su pesebre, pero el alimento del caballo no es el de su jinete. Él tiene su propio sueño, alimentación y bienestar. Pero las características animales y bestiales se imponen sobre ti, de modo que te has quedado ante el pesebre de los caballos y no tienes lugar en la jerarquía de los emires y soberanos del mundo eterno. Tu corazón está efectivamente allí, pero, como tu cuerpo domina, has quedado cautivo de él y a él te has sometido.

Lo mismo Mashnún, que pretendía visitar el país de Layla: cuando estaba consciente arreaba su camella hacia su amada, pero, cuando estaba absorto en el pensamiento de Laylá, olvidaba a la camella y a su propia persona. Como la camella había dejado cría en el pueblo, aprovechaba la circunstancia para volver sobre sus pasos. Cuando Mashnún recuperaba la lucidez, se daba cuenta de haber retrocedido a dos jornadas de distancia. Así, el viaje duró tres meses. Finalmente exclamó:

— ¡Esta camella es una calamidad para mí! Se apeó de la camella y se marchó a pie.

EI deseo de mi camella está detrás de mí, y el mío ante mí: ambos se oponen eI uno aI otro.

El Maestro dijo que Sayyid Borhán al-Dîn Mohaqqiq (¡Al-lâh santifique su secreto!) estaba hablando cuando alguien entró, diciendo:

— He oído que Fulano te elogiaba.

— Vamos a ver, respondió él, ¿quién es ese Fulano? ¿Tiene realmente la altura espiritual necesaria para conocerme y elogiarme?. Si sólo me conoce por los discursos, no me conoce. pues esos discursos, esta boca y estos labios no duran: todos estos fenómenos sólo son accidentes. Pero si me conoce por mis acciones y mi esencia, sé que puede elogiarme y que es mío su elogio.

Esta historia se parece a la del rey que había confiado su hijo a unos hombres especializados para que le enseñasen las ciencias de la astronomía, la geomancia y otras. Había llegado a dominarIas a pesar de su incapacidad y su escasa inteligencia. Un día el rey ocultó una sortija en su mano y, para probar a su hijo, le preguntó:

— Dime: ¿qué tengo en la mano?

— Lo que tienes en la mano, respondió, es algo redondo, amarillo y hueco.

— Esos indicios son exactos, dijo el rey, pero dime qué es realmente.

— Debe de ser una criba, respondió el príncipe.

— Pero bueno, dijo el rey, has dado tantos indicios exactos que la razón queda estupefacta ante el poder de tus estudios y tu ciencia; de todas formas, ¿no comprendes que una criba no puede caber en la mano?

Los sabios de nuestra época hilan igualmente muy fino en sus investigaciones; conocen perfectamente lo que no les importa y abrazan todas as ciencias, pero lo ignoran todo acerca de su propia persona. Distinguen lo lícito de lo ilícito diciendo: «Esto está permitido, esto no lo está; esto es lícito, eso es ilícito». Pero en lo inherente a sí mismos no saben lo que es lícito o ilícito, permitido o prohibido, puro o impuro.

Que un objeto sea hueco, amarillo o redondo, sólo es un accidente. Si lo arrojas al fuego, nada queda de esos atributos y se convierte en pura esencia. Lo mismo sucede con los indicios referentes a las ciencias, la acción o la palabra; no dependen en modo alguno de la esencia de la cosa considerada: sólo la esencia sobrevive. Así, los sabios hablan de todas estas cosas, las explican y finalmente juzgan que en la mano del rey hay una criba, pues ignoran el principio de aquello de lo que hablan.

Si yo soy un ave, un ruiseñor o un loro y me piden que cante de otro modo, sería incapaz de hacerlo porque ése es mi lenguaje y no puedo hacer otra cosa, al contrario del que ha aprendido el canto de las aves. Él no es un ave, sino más bien su enemigo y cazador. Silba y canta para que las aves lo tomen por uno de los suyos. Si alguien le ordena que emita un canto distinto, es capaz de hacerlo, porque para él ese canto es algo artificial: ha aprendido a robar las mercancías de las gentes y a adoptar en cada casa una apariencia diferente.


En otro tiempo

En otros tiempos. dijo el Maestro. cuando yo componía versos, sentía un gran impulso interior que me empujaba a componerlos y esta inspiración impresionaba (a los oyentes). Ahora que el impulso declina, las impresiones, sin embargo, siguen vivas. La costumbre (sunna) del Altísimo es así: cuida ciertas cosas en el momento de su aparición, y de estos cuidados provienen grandes influencias y mucha sabiduría. En el estado de ocultación tal educación también subsiste: "Señor del Oriente y del Occidente", que quiere decir: "Él educa los impulsos que aparecen y desaparecen". Los motazilíes dicen que el creador de las acciones es la criatura, y que cada acción que emana de la criatura es una creación propia de esta criatura. No puede ser así, porque la acción se produce, o bien mediante instrumentos tales como la inteligencia, el espíritu, la fuerza o el cuerpo, o bien sin instrumentos. En cualquier caso, la criatura no puede crear acciones por medio de estas facultades que no es capaz de reunir; no crea, pues, acciones porque esos instrumentos no le están sometidos y no puede crear acciones sin instrumentos. Nosotros sabemos con certidumbre que el creador de las acciones es Dios, no la criatura. Cada acción, buena o mala, procede de la criatura; ella la efectúa con un móvil y una intención, pero el valor de esta acción no está a la altura de lo que imagina. En todo lo que ha mostrado como sentido, sabiduría y utilidad a propósito de esta acción, la única ventaja era que procedía de esta criatura. Pero sólo Dios conoce la utilidad total de esta acción y sabe qué frutos se pueden sacar de ella. Tú observas la plegaria con la intención de recibir su recompensa en el más allá, y de adquirir por medio de ella una buena reputación y seguridad en este mundo; no obstante. la oración no sólo tiene esta utilidad; puede procurar cien mil beneficios que ni siquiera has imaginado. Dios conoce esos beneficios y es Él quien hace realizar esta acción a la criatura. El hombre es como un arco en la mano del poder divino; el Altísimo lo emplea para unas acciones; estas acciones, en realidad, son obra de Dios, no del arco. El arco es un instrumento y un medio, pero inconsciente de Dios, para que se mantenga el orden del mundo. ¡Qué feliz y excelente es el arco que sabe en manos de quién está! ¿Qué diremos de un mundo cuya naturaleza se basa en la inconsciencia? ¿No ves que, cuando un hombre está despierto, se hace indiferente y frío para con el mundo entero? Se funde y perece. Desde su infancia, el hombre ha crecido por razón de su indiferencia; en otro caso, no habría crecido ni se habría desarrollado. Ha alcanzado la edad adulta gracias a la indiferencia. Seguidamente el Altísimo, lo quiera él o no, le envía sufrimientos y mortificaciones para alejar las indiferencias e instaurar la pureza: así puede familiarizarse con el otro mundo. La existencia del hombre es semejante a un montón de basura, a un montón de estiércol. Pero, si este montón de basura es precioso, es porque en él se oculta el anillo del rey. La existencia del hombre se parece a un saco de trigo. El rey exclama: "¿Adónde llevas ese saco de trigo con mi copa dentro?". Esta persona ignora la existencia de la copa metida en el trigo; pero si el hombre descubre la existencia de la copa real, se despreocupará totalmente del trigo. Pues bien, cada pensamiento recibido del mundo de lo alto y capaz de hacerte indiferente hacia el mundo de aquí abajo, es reflejo y resplandor de esa copa que brilla fuera (del saco) El hombre desea ese mundo. Si siente, por el contrario, inclinación hacia el mundo de aquí abajo, es que la copa está oculta bajo unos velos.

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